El último domingo del año litúrgico se centra en Jesucristo-Rey. Toda la liturgia tiene como principio y como fin al mismo Jesús. Le recordamos Niño en Belén y nuestro corazón se llena de ternura. Nos admira y emociona en su vida oculta de Nazaret, viviendo como un obrero más, como un paisano cualquiera, sin dar ninguna señal extraordinaria. Le recordamos con cariño en su vida pública, recorriendo pueblos y ciudades, predicando la Buena Noticia y sanando toda dolencia y enfermedad. Por fin lo hacemos presente en Jerusalén, entregando su vida por nosotros en la Cruz. Naturalmente que una vida así no podía encerrarse en una estrecha sepultura. A los tres días salió del sepulcro y este triunfo final de su Resurrección llenó el mundo de alegría y de esperanza. Es lo que celebramos en este último Domingo del Año Litúrgico.